Una decisión extraña

Arturo Magaña Duplancher

Internacionalista por El Colegio de México y la Universidad de Leiden. Consultor y analista internacional. Exfuncionario e investigador legislativo.


Esa fue la expresión del vocero del Departamento de Estado al comentar la invitación del gobierno mexicano a Rusia para participar en el desfile del Día de la Independencia que se llevó a cabo el 16 de septiembre en la ciudad de México. Según informó la Secretaría de la Defensa Nacional estuvieron presentes delegaciones militares de otros 18 países. La constelación de países también fue extraña.

Si bien muchos de ellos repiten su participación del desfile del año pasado como Venezuela, Honduras, Colombia o Belice, hay ausencias notorias e incursiones escandalosas.  Las ausencias son notorias: no hay un solo país europeo invitado, en contraste con el 2022 cuando participaron Francia, Reino Unido e Italia. Tampoco se invitó a Perú -por obvias e infantiles razones- y mucho menos a España, pero sí se enviaron sendas invitaciones a Cuba, Sri Lanka y hasta Corea, debutantes en este evento. Rusos, chinos y nicaragüenses vuelven al desfile después de una larga ausencia luego de su participación en el desfile del 2010, en ocasión del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. En aquella ocasión, marchando junto a contingentes militares de España, Canadá y Estados Unidos. Sin embargo, no es lo mismo invitar hoy al ejército nicaragüense que hacerlo hace 13 años cuando apenas Ortega había llegado al poder por la vía democrática.

Es igualmente evidente que hay una gran distancia entre tener a 20 soldados rusos desfilando frente a Palacio Nacional en 2010 a tener de nuevo al mismo contingente el 16 de septiembre de 2023, 1 año y medio después de la invasión a Ucrania. Unas horas antes, el presidente López Obrador había incluido en su grito de independencia su habitual clamor: “Viva la fraternidad universal”.

Pero lo extraño no para aquí. En 2021, un comunicado de prensa de las Fuerzas Armadas rusas anunciaba que 30 militares de ese país, pertenecientes al regimiento Preobrazhensky, participaría en el desfile de independencia de septiembre del 2021, “a invitación de la Ciudad de México”(sic). Al final, los militares rusos no participaron en ese memorable desfile al que antecedió un largo y demagógico discurso del presidente cubano, invitado especial a la ceremonia oficial. ¿A que se debió esa rectificación? ¿Quizá al preludio de la invasión, evidente ya desde abril del 2021, cuando Rusia reunió a 100 mil soldados y una gran cantidad de equipo militar y los situó cerca de su frontera con Ucrania? ¿O fue más bien que a alguien le pareció demasiada provocación a Washington, tener al premier cubano al micrófono y a las botas rusas marchando?

En todo caso, se trata ni más ni menos que del Preobrazhensky, una corporación heredera del regimiento creado por el zar Pedro el Grande a finales del siglo XVI que luego se incorporó a la Guardia imperial y estrechamente vinculado a la historia de la expansión territorial del gran imperio ruso. Luego de la abdicación del zar Nicolás II y del triunfo de la revolución rusa, el regimiento fue desarticulado para resurgir en 2013, en medio de la campaña de Putin de recuperar la Gran Rusia y de los preparativos para la invasión a Crimea un año después.

Además de su presencia en México, el regimiento ha participado en grandes ceremonias y desfiles en países como Libia o Venezuela y el mismo 16 de septiembre, una guardia de honor de ese regimiento, dio la bienvenida en Vladivostok a Kim Jong-un quien se reunió con el Ministro de Defensa ruso. Para algunos, lo intrincado del caso sugiere un nuevo planteamiento estratégico de parte del gobierno mexicano con múltiples implicaciones internas e internacionales. Tristemente el principio de la “navaja de Ockam” se impone. En México, decisiones como ésta, tienen en la ineptitud una hipótesis más plausible.