Puigdemont histeriza a España
Fausto Pretelin Muñoz de Cote
Editor y columnista en El Economista. Maestro en Dirección Internacional.
En España Puigdemont es sinónimo de escándalo.
Su figura contiene pólvora; genera confrontación entre familiares y amigos alrededor de las mesas.
Puigdemont se ha encargado de romper amistades, pero también ha unido deseos festivos.
Puigdemont es el antihéroe favorito del Partido Popular (PP) y de la extrema derecha Vox. Es el caudillo de los independentistas; el personaje que se atrevió a colocar urnas para que en ellas chocara la realidad con la ficción, o si se prefiere, la ficción con la ley.
27 de octubre de 2017: Cataluña fue independiente durante 44 segundos. Puigdemont proclamó el establecimiento de una República Catalana como “un estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social”. Acto seguido corrió a Bélgica.
En Cataluña, Puigdemont polariza, y en España histeriza.
La Barcelona cosmopolita no es nacionalista ni mucho menos independentista; los payeses con barretina se envuelven con la estelada para lanzar pataleos en contra de la “España que nos roba”.
El Partido Popular (PP) de Mariano Rajoy se convirtió en la mayor fábrica de independentistas. Se equivocó rotundamente en su presidencia del PP y en la del Gobierno español. Los independentistas deberían de levantarle un monumento en la avenida Diagonal. En efecto, Rajoy es la figura geométrica que unió un ángulo (nacionalismo español) con otro no inmediato (nacionalismo catalán).
Rajoy hizo trascender la rivalidad nacionalista más allá del Camp Nou y del Santiago Bernabéu.
En estos días de guerras, los ultras han salido a las calles de Madrid a pedir la renuncia del presidente en funciones Pedro Sánchez. Están extraviados. El 23 de julio los españoles acudieron a las urnas. El PP no logró sumar la mayoría en el Congreso porque, en parte, les ha dado la espalada a calanes y vascos.
Ahora le toca el turno a Pedro Sánchez. Intenta sumar escaños para lograr la cifra de 176.
En efecto, a Sánchez se le puede acusar de mentiroso. Lo es. Hay pruebas.
En la era Trump, político que no miente, no es político. Político que no es cínico, no es político. Político que no habla como red social, no es político.
Pedro Sánchez negó que concedería la amnistía a Puigdemont. Lo hizo tres días antes de las elecciones; una de sus ministras lo hizo después de las elecciones. No habrá olvido.
Sin embargo, Bélgica se ha convertido en el cuarto de guerra del PSOE y de Junts, el partido de Puigdemont. Sánchez lo ha confirmado: la amnistía es el camino más corto para la reconciliación con Cataluña (y mucho más corto hacia la Moncloa).
Puigdemont no tiene otro camino que apoyar a Sánchez con sus 7 escaños. Si no lo hace, regresará a Waterloo para terminar su carrera como político. Tendría que buscar su isla de Santa Helena para recordar los 44 segundos que le obsequió a Cataluña como República.
Pero cuidado. La racionalidad no siempre incentiva a los políticos. Puigdemont está cometiendo un grave error: confrontar a sus viejos amigos de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Su líder, Oriol Junqueras pasó por la cárcel sin huir a Bélgica. Logró su premio. Su partido gobierna Catalunya ya no con el apoyo de Junts sino de los socialistas (PSC).
Pero la vanidad y la soberbia pueden conducir a la tumba súbitamente a quien apela a ellas para demostrar su virilidad política.
El PP y Vox han aprovechado los últimos cinco días para lamerse los bigotes: la batalla Junts/ERC tiene indicios de fratricidio independentista.
Si ERC y el PSOE levantan los brazos para anunciar acuerdo, entonces aparece Puigdemont para lanzarles una cubeta con agua fría.
En eso andaban cuando aparecen los jueces para lavar el populismo de Pablo Iglesias. ¿Existe el lawfare en España? Con la toga bien puesta, uno de ellos señala a Puigdemont como terrorista. La palabra del momento.
Decir terrorista le hace voltear a uno hacia la Franja de Gaza. Los terroristas de Hamás asesinaron a 1,400 personas en Israel. ¿En verdad? ¿Puigdemont, terrorista?
En efecto, Vox y PP saltan felices a las Cibeles para gritar que España se rompe. Nos venden a Madrid por Caracas. Madrid por Managua o Madrid por La Habana. La democracia tiembla. Y si aquí existe un Epigmenio Ibarra, en Madrid tienen a un Federico Jiménez Losantos para vender todos los días la dictadura de Pedro Sánchez.
El escándalo debería de ser generado por las mentiras, no por el resultado electoral. Pero la extrema derecha ha contagiado al pazguato de Feijóo.