Armas en los 7-Eleven
Fausto Pretelin Muñoz de Cote
Editor y columnista en El Economista. Maestro en Dirección Internacional.
Christopher Nolan vivió como Batman la detonación del arma nuclear en la película producida en 2012. Una década después dirige Oppenheimer, centrada en la creación de la bomba atómica.
Si Estados Unidos encontró la ruta más corta entre la vida y la destrucción masiva, a través de una bomba, ¿qué desincentivos tendrán los estadounidenses para no portar “pequeñas” armas comparadas con la atómica?
Al inicio de la pandemia del covid-19, hacia marzo de 2020, los estadounidenses se volcaron en las tiendas para comprar papel de baño, pasta de dientes y armas.
Muchos de los que compraron armas, no lo habían hecho nunca.
Si fuera por los lobistas de la industria de armas, la venta de armas debería de ser similar a la de los productos de impulso, esos que se colocan junto a las cajas de pago en los supermercados: chocolates, refrescos, chicles o revistas. Es decir, los lobistas quisieran encontrar armas en los 7-Eleven.
La visión empresarial sobre la venta de armas enfoca hacia la maximización del Valor Presente Neto (VPN) del negocio que las consecuencias que tiene el uso ramplón de las armas.
Esto ocurre lo mismo en la industria militar, como lo comprobamos en la guerra ilegal (para el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) de Irak después del 11 de septiembre de 2001 como en la industria que atiende a pequeños compradores de armas.
Los conservadores y amantes de las armas invocan la historia y la Constitución estadounidense de fines del siglo XVIII para demostrar con solidez su derecho de usar cualquier tipo de arma.
El uso de armas en legítima defensa de la libertad a seguir con vida podría ser la lectura inmediata de la segunda enmienda de la Constitución, es decir, “para defenderse a sí mismas, a sus familias, sus hogares, negocios y bienes”, como lo señala Lawrence Keane, vicepresidente de la National Shooting Sports Foundation.
Quienes redactaron la segunda enmienda a la Constitución estadounidense insistieron en que sería “necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas”.
El origen de este derecho se remonta al periodo posterior a la Revolución Gloriosa en Inglaterra, cuando las milicias protestantes fueron autorizadas a portar armas para proteger al régimen parlamentario contra una monarquía tiránica.
En el siglo XXI suena muy bien la justificación, pero ha dejado de ser racionalmente aplicable.
Estados Unidos es el único país donde existen más armas que civiles: 120.5 armas por cada 100 personas (Small Arms Survey).
Las Islas Malvinas es el segundo punto geográfico con la mayor tasa de uso de armas.
Alrededor del 44% de los adultos estadounidenses viven en un hogar con un arma, y un tercio posee una personalmente, según una encuesta de Gallup en octubre de 2020.
Las alarmas suenan cada vez que hay una matanza, pero semanas o meses después, se va disipando la tragedia. Si Batman o la pandemia generan entornos ficticios y reales sobre la necesidad de usar armas, no será nada difícil que pronto en los 7-Eleven se vendan armas en el mismo anaquel donde se encuentran los chocolates. Todo depende del péndulo político. Una mayoría conservadora con un Ron DeSenatis a la cabeza, lo apoyaría.