Dios, patria y familia

Uno de los slogans emblemáticos del fascismo italiano, acuñado en 1931 por el entonces Secretario General del Partido Nacional Fascista, Giovanni Giurati, fue precisamente el de Dios, patria y familia. Junto con otros dos, “Creer, Obedecer y Combatir” y “Autoridad, Orden y Justicia”, se leían por doquier en las calles de la llamada tercera Roma a principios de los años cuarenta. Luego de la Roma de los emperadores, y la Roma de los Papas, vendrá la Roma del Pueblo, decía Giuseppe Mazzini. De acuerdo con Giorgia Meloni, estos lemas no solo resumen bien el ideario de su partido “Hermanos de Italia”, que resultó victorioso en la elección italiana de este domingo y en virtud de cuyos resultados se convertirá seguramente en primera ministra, sino que son “un hermoso manifiesto de amor que atraviesa los siglos”.

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El triunfo de una formación de derecha que integran partidos radicales, ultranacionalistas, xenófobos, anti inmigrantes, euroescépticos y populistas como Forza Italia presidida por Silvio Berlusconi, La Lega presidida por Matteo Salvini y encabezada por Hermanos de Italia, es parte de una reacción antisistema, de castigo a los partidos tradicionales, de insatisfacción con la democracia y de una nueva apatía electoral que azota en mayor o menor medida a todos los países europeos. Pero es, sobre todo, una respuesta desesperada a un estado de angustia que el Secretario General de la ONU definió esta semana en anticipación a un “invierno del descontento”, es consecuencia de la fragmentación cada vez mayor de la oferta electoral de izquierdas y derechas en el continente y sin duda parte de una reacción globalifóbica, anticosmopolita y de feroz crítica a un estado de bienestar en decadencia como la vista con el impresionante avance de la derecha sueca en las elecciones del 11 de septiembre pasado.

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En efecto, Meloni representa la primera vez que en Italia un partido de orígenes neofascistas conquista el poder después de la Segunda Guerra Mundial. Y de ahí la enorme preocupación que genera un ideario centrado en detener la inmigración, favorecer la mano dura en materia de seguridad y política de drogas, defender una supuesta identidad nacional bajo acecho de la globalidad, promover una visión tradicional de la familia y declararle la guerra al pluralismo y la diversidad. Si bien en materia de política exterior, no genera especial preocupación su postura crítica frente a Rusia y de defensa abierta a Ucrania, su preocupación “por las raíces clásicas y judeocristianas de Europa” y por “organizar mejor la defensa del interés nacional frente a Europa” es fuente de gran incertidumbre lo mismo que su amistad con Marine Le Pen en Francia, con los líderes del partido Vox en España y con el propio Viktor Orban en Hungría.

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Desde luego, hay razones adicionales para la angustia. En primer lugar, el partido que liderará el gobierno no tiene ninguna experiencia administrativa y brincará de tener el 4% de los votos en la elección de 2018 al gobierno del país. En segundo lugar, la cuestión de la enorme deuda pública de Italia genera incertidumbres relacionadas con la gestión de gobierno que podría perder el control de los débiles equilibrios económicos y de una agenda de reformas estructurales a las que daría marcha atrás por sus afinidades proteccionistas y anti libre mercado. Pero muy a pesar de todo, hay razones para documentar un relativo optimismo. No es difìcil creer que la coalición será muy inestable en la medida en que incluye a formaciones políticas con agendas no siempre concordantes en lo social, lo económico y lo moral. Encima, las personalidades de Berlusconi y Salvini son todo menos la de políticos profesionales, pragmáticos, responsables y congruentes. Por si fuera poco, muchos observadores de la realidad italiana apuntan a los enormes contrapesos constitucionales, institucionales y jurídicos que enfrentará Meloni y subrayan el miedo a perder los multimillonarios fondos europeos anti-COVID si Italia intentara ampliar su estrecho margen de maniobra en materia fiscal o financiera.

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Sin embargo, en un país que ha tenido más de 70 gobiernos desde 1946 el desafío de Meloni parece ser aún más básico. Y es que, el surgimiento y el éxito rotundo, hace una década, del Movimiento de las Cinco Estrellas inauguró en Italia un nuevo espacio sin ideologías que ataviado de un lenguaje llano y empático conquistó al electorado ofreciendo un cambio de símbolos pero no necesariamente un cambio de políticas y mucho menos planteando respuestas nuevas, coherentes e integrales a los principales problemas del país. Ese partido, al abrazar su identidad “atrapalotodo”, según la tipología de partidos de Kirchheimer y Duverger, terminó por decepcionar rápido a los italianos y hoy está reducido a un triste tercer lugar. Esta podría ser la misma suerte de un partido y una candidata que concentró muchos esfuerzos en atacar a los colectivos LGBTTTI, a la burocracia europea, al Islam y a la inmigración pero que no tiene una oferta de crecimiento económico, de mejora del sistema de salud, de generación de empleo y control de la inflación, de combate al cambio climático y de protección de los derechos de las mujeres.

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Y es que la agenda de “Dios, Patria y Familia” en un país como la Italia de hoy, no ofrece mucho más que demagogia.


Arturo Magaña Duplancher

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Director Editorial de Globalitika, plataforma de análisis y opinión sobre política internacional. Es licenciado en relaciones internacionales por El Colegio de México y maestro en la misma disciplina por la Universidad de Leiden, Países Bajos. Ha sido consultor, asesor e investigador con una trayectoria profesional de dos décadas en el Congreso de la Unión y publicando textos en medios nacionales e internacionales. Ha sido también Fellow de la Escuela de Gobernanza Transnacional del Instituto Universitario Europeo con sede en Florencia, Italia.