Xi-na, innovación y el siglo del dragón
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Colaboración publicada originalmente en El Economista.
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China no pasa por un buen momento. La ralentización de la economía, las dificultades en controlar el COVID-19 y el reventón de la burbuja inmobiliaria han llevado a varios a vaticinar el fin del “milagro chino”. Algunos anuncian que ya la economía china no solo no superaría a la de Estados Unidos a fines de esta década ( como se ha proyectado desde hace varios años ), sino que ello no ocurrirá nunca. En mi nuevo libro, Xi-na en el siglo del dragón: lo que todos deben saber sobre China (LOM), indico porqué esto no tiene fundamento. El secreto del éxito de China está en su capacidad de innovación. Ello le ha permitido salir una y otra vez de sus dificultades. No hay razón para pensar que ello ha cambiado.
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Prueba al canto es el caso de Shenzhen. A fines de los setenta, una mera aldea de pescadores de 30,000 habitantes, y hoy una vibrante metrópolis de 14 millones de habitantes, capital mundial del sector de telecomunicaciones, y sede de empresas como Huawei, ZTE y Tencent. Como es sabido, Deng Xiaoping hizo de Shenzhen un laboratorio de sus políticas de “apertura y reforma”, que tanto éxito tuvieron. Ellas llevaron a China a crecer a un 10 % anual por tres décadas consecutivas, algo que ningún economista creía posible en país alguno, no digamos ya en uno del tamaño de China.
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Lo que es menos sabido es que este “despegue” de Shenzhen tuvo dos etapas. Una , a partir de 1979, cuando el gobierno chino la designó Zona Económica Especial (ZEE), lo que condujo a un gran auge de la industria manufacturera. La segunda, a partir de 1993, cuando el secretario general del PCCH en Shenzhen ( y por ende, máxima autoridad política en la ciudad), Li Yuowei, concluyó que el futuro no estaba en plantas de ensamblaje ni en la copia de prototipos, sino que en la innovación tecnológica. Así, decidió que empresas manufactureras tradicionales no podrían registrarse en la ciudad, apostando en cambio por las de TI y telecomunicaciones. El cambio fue dramático, y el resto, como se dice, es historia.
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Entre 1980 y 2016, Shenzhen creció a un 22% de promedio anual, el doble del país. El gasto en Investigación y Desarrollo ( I&D) es de un 4% del PIB de la ciudad, el doble del promedio nacional. El número de patentes internacionales que se registran en Shenzhen es el doble de las del Reino Unido o Francia. Siete empresas basadas en Shenzhen están entre las Fortune Global 500. Shenzhen también es sede de BYD, la empresa mundial líder en buses eléctricos y la primera en proveerlos a ciudades latinoamericanas como Bogotá y Santiago. De hecho, la flota completa de buses del municipio, 16,000 de ellos, es eléctrica, la primera ciudad en el mundo en esa condición.
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Mi punto es que en China la innovación no es meramente una palabra a la que todos le rinden pleitesía ( como ocurre tanto en nuestros países) , sino que algo a lo cual se le asignan recursos y se actúa en consecuencia. Tanto en el Plan Quinquenal de 2015, como en el de 2020, la innovación ocupa un lugar central, como uno de los motores del crecimiento del país. Y lejos de conformarse con los avances logrados, y quedarse en ellos, como lo demuestra el caso de Shenzhen, en China siempre se está avistando el próximo paso en el avance tecnológico.
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Aquellos que están apostando por “el fin del milagro chino” corren el riesgo de perder mucho dinero.
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Es profesor de Relaciones Internacionales en la Escuela Frederick Pardee de Estudios Globales en la Universidad de Boston. Ha sido anteriormente embajador de Chile en China, en India y en Sudáfrica, así como ministro de Estado en el gobierno de Chile. Es ex-vicepresidente de la Asociación Internacional de Ciencia Política (IPSA), y ha sido profesor invitado en las universidades de Constanza, Oxford, París y Tsinghua. Ha publicado 17 libros.