Bukelizando América

Arturo Magaña Duplancher

Internacionalista por El Colegio de México y la Universidad de Leiden. Consultor y analista internacional. Exfuncionario e investigador legislativo.


El presidente de El Salvador se apresta a renunciar a la presidencia para, una vez guardadas las debidas apariencias constitucionales, volver a ocuparla. Con una popularidad arriba del 90% según encuestas, tan sospechosas como toda cuantificación oficial en ese país, Bukele parece destinado a perpetuarse en el poder en gran medida por el éxito de su populismo punitivo y sus políticas en materia de seguridad y justicia. Pero los salvadoreños no parecen ser los únicos conquistados por la agenda de brutalidad y violaciones masivas a los derechos humanos como únicas vías para alcanzar una supuesta reducción de los homicidios, entre otros delitos de alto impacto.

La victoria cultural de Bukele ya es hemisférica. El precandidato a la alcaldía de Bogotá, Diego Molano, ha propuesto la construcción de una “mega cárcel” haciendo uso de “toda la tecnología” (sic). Si bien aclara sobre los presos que “no los tendremos en calzoncillos por lo menos si en overol trabajando por la ciudad”. En Abu Ghraib, habría que recordar, los overoles eran parte importante del código de vestimenta. Por su parte, un diputado de la provincia de Buenos Aires, Nahuel Sotelo, viajó a El Salvador para “interiorizar esta política”. Su agenda incluyó una revisión de todo lo que contribuyó a normalizar el “régimen de excepción” por el cual se permite a las Fuerzas Armadas detener personas a cascoporro y prometió replicar “el modelo” con elementos nuevos como, por ejemplo, la libre portación de armas que defiende su partido.

El “efecto Bukele” se siente con fuerza en los países vecinos. Es el caso de Honduras, donde se han restringido las libertades de circulación, los derechos de asociación y reunión y la inviolabilidad de los domicilios. La presidenta se queja de una migración de pandilleros de El Salvador hacia Honduras por lo que resuelve que hay que importar también las políticas de seguridad salvadoreñas sin menoscabo de que la ONU denuncie la militarización de la seguridad pública en el país. En Guatemala, una de las aspirantes a la Presidencia que pasó a la segunda vuelta electoral, coquetea abiertamente con la estrategia de Bukele pero en menor medida que Amilcar Rivera, candidato del partido Victoria, quien se puso una barba oscura y bien recortada, se enfundó una gorra de béisbol y comenzó a imitar al salvadoreño. Debe ser un pésimo imitador porque quedó en noveno lugar durante la primera vuelta electoral con apenas 2.48% de los votos.

Hasta Costa Rica, la Suiza latinoamericana, ha llegado el efecto Bukele. Su ministro de Seguridad Pública ha declarado que “sería genial para bajar el índice de homicidios” adoptar algunas políticas del salvadoreño aclarando, eso sí, “que cambiar un poco el ser un país con tanta conservación de los derechos humanos” no implica más que “un poquito de mano dura”. Dice Bukele que medidas como la prohibición de grafitis alusivos a las pandillas y la ley mordaza que sanciona a medios y periodistas por reproducir mensajes de las maras o bien por ciertas coberturas poco generosas con el gobierno y su estrategia de seguridad, le han permitido a su país gozar de un nivel de seguridad pública mayor al de Canadá.

Políticos peruanos, panameños, mexicanos, ecuatorianos y haitianos engrosan la lista de admiradores de Bukele ya sea reivindicando el uso de la tecnología para intervenir masivamente las comunicaciones y la intimidad de las personas o defendiendo una captura del Poder Judicial. A esa lista hay que añadir, desde luego, a la ultraderecha estadounidense con el Senador Marco Rubio y todo el trumpismo a la cabeza. El asalto a la democracia en América tiene muchos francotiradores pero Bukele parece el más apto para explotar la máxima de Tocqueville: “es más fácil para el mundo aceptar una mentira simple que una verdad compleja”.