Puigdemont hace una visita de doctor a Barcelona 

Fausto Pretelin Muñoz de Cote

Editor y columnista en El Economista. Maestro en Dirección Internacional.


Cataluña ha puesto final al procés con la llegada de Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat. 

El cansancio de la incertidumbre y el deseo de un mejor porvenir económico, la mayoría de los catalanes decidieron en recientes elecciones autonómicas entregarle el mando del gobierno, aunque haya sido sin mayoría absoluta, al líder del Partido de los Socialistas Catalanes (PSC), Salvador Illa.  

El nuevo presidente catalán se encontró con la fortuna del distanciamiento de ERC y Junts; ambos protagonistas durante el procés. 

Puigdemont soñaba con regresar a Barcelona revestido de presidente. Lo dijo y lo prometió: regresaré a Cataluña solo como presidente. 

En la posverdad la realidad es cubierta por las sombras. Nadie la puede descifrar; nadie puede hacer una crónica de la realidad. 

La fuerza de Puigdemont se ha reducido al histrionismo y a la capacidad lúdica del performance que ejecutó en el Arco del Triunfo barcelonés. En nuestra época contemporánea se podría decir que Puigdemont es un meme. 

Existe una obsesión por la popularidad; por la cantidad de clics; por la cantidad de seguidores; por la cantidad de vistas. El eco de las redes sociales se asimila a una droga que genera el exceso de dopamina.  

Puigdemont no estará soportando que en las elecciones catalanes no logró superar a los socialistas catalanes, impulsados desde Madrid por Pedro Sánchez. El centro de gravitación del poder en Cataluña tiene en la Moncloa la oferta de acuerdos, encabezados de manera estelar por el control de los impuestos.  

Este tema fue el que hizo dinamitar la relación entre los presidentes Mariano Rajoy y Artur Mas. La famosa lista de Mas, fue rechazada por el presidente español. Así nació el procés. El convergente Artur Mas convirtiendo a su partido CiU en independentista.  

Entre Pedro Sánchez y Salvador Illa, los catalanes de ERC del hoy cadáver político Oriol Junqueras.  

Para los seguidores de Puigdemont, duele la realidad. 

Por ello es probable que el regreso de Puigdemont a Barcelona lo hayan disfrutado a manera de venganza. Nuestro líder sigue sorteando a la Justicia española y a los Mossos de Escuadra. 

Lo que dejó claro Puigdemont es que no quiere visitar la cárcel.  

La amnistía es el perdón prometido por Pedro Sánchez en su apuesta por permanecer en la Moncloa. Poco a poco, su gobierno pierde fuerza. Se le van terminando los comodines.  

¿Cuánto tiempo más podrá gobernar? 

Los siete diputados de Junts le seguirán apoyando hasta que Puigdemont pueda caminar tranquilamente por el puerto olímpico de Barcelona. ¿Cuándo será? 

Los jueces que persiguen a Puigdemont han dejado misteriosas huellas de prevaricación. Han decidido subirse al tablero de ajedrez cuyo rival es Pedro Sánchez. 

Se trata de una mala decisión. Los jueces no deben de hacer política.  

Por lo pronto, y luego de 14 años de ausencia, Cataluña ya es gobernada por un no independentista.