El mundo está estresado con los aranceles, Corea del Sur cautiva con su k-diplomacia

Fausto Pretelin Muñoz de Cote
Editor y columnista en El Economista. Maestro en Dirección Internacional.
La línea que separa a Corea del Norte de Corea del Sur es una de las fronteras más militarizadas del mundo, pero ese espacio parecería que no divide a naciones sino a dos planetas.
La sociedad de Corea del Norte carece de libertades y de riqueza. La imagen que el dictador Kim Jong-un quiere dar de su país al mundo, se resume en una palabra: misiles.
Corea del Sur ha aterrorizado a la del Norte con una sola “arma”: el k-pop.
Ambas Coreas tienen instalados altavoces a lo largo de la frontera de 240 kilómetros, pero los de Corea del Sur son tecnológicamente más avanzados y se escuchan a 10 kilómetros de distancia durante el día y desde 24 kilómetros por la noche (Los nuevos reyes del mundo: Bollywood, dizi y k-pop, escrito por Fatima Bhutto publicado por la editorial Herder).
En 2015, después de que Corea del Norte revelara públicamente que había probado una bomba de hidrógeno, Corea del Sur subió el volumen de sus altavoces. “Hemos seleccionado un amplio y diverso abanico de los éxitos populares más recientes”, anunció un funcionario del Ministerio de Defensa de Corea del Sur.
El repertorio que incluía “Bang, bang, bang” y “Let us just love”, de Apink, no estaba concebido para molestar a los norcoreanos, sino para despertar su interés por la “frescura surcoreana”.
Corea del Norte lo calificó de “acto de guerra” y amenazó con destruir los altavoces (Korean loudspeakers: What are the north ans south shouting about?, BBC News, 12 de enero de 2016).
En la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno de Pieonchang, las dos Coreas desfilaron bajo una misa bandera bajo la música alegre y optimista del k-pop.
En abril de 2018, Kim Jong-un asistió a un concierto de k-pop y declaró haberse sentido “profundamente conmovido” por la experiencia (Jim Michaels, “Kim Jong-un likes k-pop, banned in North Korea. Thay could be a diplomatic breakthrough”, USA Today, 3 de abril de 2018).
Al describir a las dos Coreas como dos planetas separados por un puñado de kilómetros, lo certifica la proyección de Corea del Sur al exterior.
Hay un consenso entre profesores de relaciones internacionales: Corea del Sur es el referente a seguir en el mundo del poder blando (soft power).
La fábrica surcoreana de lo cool fascina porque transmite el arte de vivir de manera inclusiva.
Corea del Sur tiene 5 vectores culturales que atraviesan el mundo: películas, series de televisión, gastronomía, música y el sector de la belleza. A los anteriores se tendría que agregar la literatura. El año pasado Hang Kang ganó el premio Nobel de Literatura.
Antes de que existiera la diplomacia del k-pop, fue la Hallyu u ola coreana la que atravesó las fronteras del Corea del Sur.
“Nuestra idea no es hacer que un único artista gane una enorme cantidad de dinero, ni llevar a cabo una invasión coreana, si no hace que la gente de todo el mundo reciba la cultura coreana sin resistencia”, comentó Shin Hyung-Kwam, vicepresidente de CJ Entertainment.
La Hallyu se ha convertido en una doble palanca: diplomacia cultural y desarrollo nacional; ha impulsado la balanza comercial y el crecimiento económico.
En 2021, Seúl exportó productos culturales con valor superior a los 7 mil millones de dólares y, desde 2017, el k-pop ocupa el sexto lugar en el mercado global de la música. La ola cultural coreana también está detrás de la afluencia de turistas. Entre 1995 y 2019, su número se cuadruplicó y el sector representó cerca del 2% del PIB en 2023.
En un entorno global hostil, donde los aranceles amenazan a las economías del mundo entero, el poder blando se revalúa. Los países logran transfigurar un rostro duro en uno culturalmente alegre.
Corea del Sur aprovecha que otros países abandonen el poder blando.
Y qué decir de su país o planeta vecino, Corea del Norte. En un reporte de junio del año pasado sobre violación de derechos humanos en Corea del Norte, el Ministerio de Unificación de Corea del Sur reveló el testimonio de 649 refugiados norcoreanos que huyeron de su país hacia el sur.
Uno de ellos relató haber presenciado en el año 2022 la ejecución pública de un trabajador agrícola de 22 años en una mina de la provincia de Hwanghae del Sur (suroeste de Corea del Norte). El juez que dictó la sentencia declaró: “Fue arrestado por escuchar 70 canciones y tres películas de los surcoreanos. Durante el interrogatorio, se supo que había distribuido este contenido a otras siete personas”.
La democracia surcoreana no está exenta de riesgos.
La semana pasada, el Tribunal Constitucional de Corea del Sur dictaminó que el presidente Yoon Suk-yeol debe de ser depuesto luego de que en diciembre pasado declarara la ley marcial por cuestiones que no la ameritaban desde el punto de vista constitucional.
En 60 días habrá elecciones presidenciales. La Constitución funcionó luego de que la democracia haya sido puesta a prueba.
Corea del Sur ha demostrado que su “poder duro” está limitado por la Constitución. Un político no puede hacer uso de la fuerza en temas de rivalidad entre partidos. Ahora ya lo sabe el expresidente Yoon Suk-yeol.
Corea del Norte también sabe que el poder suave de Corea del Sur es admirado por el mundo. La libertad cultural trasciende a la política.